La puerta de los genios El viaje de Jalal hacia lo desconocido

Mi nombre es Jalal, y esta es mi historia con un mundo que jamás imaginé acercarme a él: el mundo de los yinn. La extraña historia con la yinn que apareció en mi camino por una coincidencia pasajera, pero que después me arrastró a cosas que nunca hubiera imaginado vivir.
No voy a pretender que yo era de aquellos que niegan la existencia de los yinn o que rechazan los mundos ocultos; al contrario, siempre creí en ellos firmemente. Escuché muchas historias de amigos y familiares: relatos sobre sombras que aparecen de noche, sobre sonidos que se escuchan y luego desaparecen, y sobre casas que fueron abandonadas por sus dueños por miedo a algo que no se ve. Las escuchaba y asentía con interés, pero nunca pensé por un instante que me tocaría una parte de esos mundos, o que se abriría una puerta hacia ellos sin que yo lo buscara.
Mi vida era tranquila, natural hasta el aburrimiento. Había pasado poco más de los treinta, casado de forma tradicional con una de mis parientes. Vivíamos juntos en las afueras de la ciudad, en una casa sencilla rodeada de higueras y olivos. Ganaba mi sustento de una pequeña tienda donde vendía incienso, hierbas y especias, un trabajo que heredé de mi padre y que se había convertido en parte de mi rutina diaria. Era conocido entre la gente por amar mi trabajo y por la honestidad en mis ventas. Salía de casa con el primer hilo del amanecer, conducía mi viejo coche por el camino tranquilo y vacío rumbo a la tienda antes de que los vecinos abrieran sus puertas, y no cerraba hasta que el sol desaparecía por completo. Regresaba a casa exhausto, cenaba en silencio y me acostaba. Así se repetían mis días sin ías s, sin un acontecimiento que despertara el corazón o agitara el alma.
Pero aquel día rompió la rutina de una forma que jamás imaginé. Un solo día cambió lo que vino después y transformó el curso de mi vida más de lo que pensé, arrojándome a un camino cuyo final ya no podía reconocer. Y como suele ocurrir con estas cosas, llegan de repente, en un instante pasajero que el hombre nunca espera.
Mi día transcurrió con total normalidad. Terminé mi trabajo, cerré la tienda después del ocaso como siempre y me dirigí en mi coche hacia casa. Como de costumbre, manejaba lentamente, pues el estado del camino no permitía otra cosa. Era un camino rural, viejo, cuyos bordes habían sido devorados por los años y donde los baches ocupaban gran parte de su superficie. Con la oscuridad tragándose todo lo que tenía delante, conducir por él se volvía una aventura en sí misma. No tenía más opción que avanzar con extrema precaución, moviendo la vista entre el camino y los espejos, como quien teme perder de vista un peligro que se acerca.
Todo estaba silencioso, tan normal que inspiraba tranquilidad, y ya estaba cerca de casa cuando mis ojos captaron algo que me desconcertó antes de comprender qué era. A un lado del camino estaba una muchacha pastoreando un rebaño de cabras. A esa hora de la noche, la escena me impactó de tal manera que pisé los frenos sin pensar; el coche se detuvo de golpe. Me quedé mirando a través del cristal para asegurarme de lo que veía. Una muchacha pastoreando a mitad de la oscuridad… sola… era extraño. Pero lo que aumentó aún más mi desconcierto fue su apariencia. Llevaba ropa muy ligera, totalmente inadecuada para esa época del año. Estábamos en días de un invierno duro, de frío que mordía los huesos, y aun así parecía no sentir nada. El tenue brillo de la luna iluminó su rostro, y allí vi una belleza que hería los sentimientos: una belleza afilada capaz de hacer latir de nuevo un corazón muerto. Su cabello negro y abundante caía sobre sus hombros, y sus rasgos eran tan delicados que parecía haber sido creada con la luz de la noche misma.
No pude apartar la mirada. Me quedé observándola sin poder controlarlo, hasta que levantó la cabeza y me miró con un asombro extraño. Luego dio unos pasos hacia mí, pasos ligeros como si no tocara el suelo.
Y en ese instante apareció lo que hizo que mi corazón cayera dentro del pecho como una roca. Dos cuernos negros brillaron bajo la luz de la luna como filos de cuchillos. Me quedé helado un segundo, sintiendo que el tiempo se detenía. Mi mente intentó comprender lo que veía. ¿Era una ilusión? ¿Era el juego de la oscuridad? ¿Estaba cansado? Pero antes de que pudiera terminar el pensamiento, mi cuerpo reaccionó solo. Apreté el acelerador con toda mi fuerza, y el coche salió disparado a la máxima velocidad que podía.
Era como si algo me persiguiera desde atrás. Llegué a casa sano y salvo. No pasó nada después de que escapé, pero mi corazón no se calmó. Me sentía como si siguiera corriendo aun estando acostado en mi cama. No pude arrancar su imagen de mi cabeza. Aquella muchacha… o más bien aquella yinn, si lo que vi era real y no una ilusión. Su rostro me persiguió toda la noche. Aquellos segundos se extendieron dentro de mí como horas. No era solo su belleza lo que me impactó, sino el momento mismo: ese instante en el que sentí que algo había abierto la puerta entre mi mundo tranquilo y otro mundo que no se parecía a nada que hubiera conocido antes.
Mi vida estaba gobernada por la rutina: sin novedades, sin sorpresas, sin latidos. Pero su aparición rompió algo muy profundo dentro de mí. Sentí como si las cadenas que me habían retenido durante tantos años se hubieran quebrado de repente, y que por un instante respiré algo parecido a la libertad… o al peligro… o quizás a ambos.
Llegué incluso a reprocharme a mí mismo:
¿Por qué huí?
¿Por qué no me detuve?
¿Por qué no hablé con ella?
¿Habría escuchado su voz?
¿Se habría acercado más?
¿Podría tener otra oportunidad de tocar ese mundo oculto del que tanto había oído?
Un mundo al que nunca antes había intentado acercarme.
Pasé la noche entera entre pensamientos hasta que amaneció. Cuando escuché el llamado a la oración resonar en el horizonte, me dispuse a levantarme para ir a trabajar, pero por primera vez en muchos años no sentí ningún deseo de abrir la tienda. Cerré los ojos de nuevo y me dejé llevar por el sueño. No desperté hasta después del mediodía.
Aquel día fue extraño para todos. La gente vio la tienda cerrada hasta casi la mitad del día, algo que no había ocurrido desde que me conocían. La mayoría creyó que estaba enfermo o que algo malo me había sucedido, pero yo no prestaba atención a nadie. Nada de lo que decían me importaba. Solo esperaba una cosa: el ocaso. Lo esperaba con impaciencia para cerrar la tienda y volver al mismo camino, con la esperanza de verla otra vez… de que aquella yinn apareciera en mi camino de nuevo.
Y cuando el sol se ocultó detrás de las casas lejanas, sentí que mi corazón se adelantaba a mis pasos. Cerré mi tienda con una prisa que nunca había sentido, como si fuera un hombre corriendo hacia su destino, no huyendo de él. Tomé mis llaves y conduje por el mismo camino rural, un camino que ya cargaba en sí algo parecido a una promesa… o a una obsesión.
Conducía moviendo la mirada por cada rincón, cada sombra, cada hueco entre los árboles. Observaba los campos, los bordes del camino, los arbustos dispersos. La buscaba como un ahogado busca un último respiro. Pero no había rastro alguno: ni movimiento, ni sonido, nada.
Mi inquietud crecía a medida que el sol desaparecía y la oscuridad ganaba terreno en el cielo.
Cuando llegué al mismo lugar en el que había aparecido la noche anterior, me detuve. Frené el coche lentamente, como si temiera despertar algo dormido bajo la tierra. Permanecí unos segundos sentado, respirando hondo, observando el camino vacío frente a mí. Luego extendí la mano hacia el tirador de la puerta, lo abrí y bajé.
Una ráfaga de aire frío sacudió todo mi cuerpo. El viento golpeaba el lugar, se deslizaba entre los árboles secos produciendo sonidos que parecían susurros. Susurros extraños, como palabras arrastradas por el viento. Antes de comprenderlos, me aferré mejor al abrigo y salí del camino, avanzando paso a paso hacia el punto donde la había visto la noche anterior.
La tierra allí estaba más húmeda y el olor del barro mezclado con la brisa invernal me hizo sentir que el lugar aún conservaba algo de su presencia. Una suposición sin prueba alguna… pero que me perseguía.
Me detuve exactamente en el mismo punto. Miré largo rato al suelo, a los pequeños matorrales, a las sombras que danzaban con el viento. Pero no había rastro de ella. Ni una silueta, ni un rebaño, ni un movimiento.
Una mezcla de decepción difusa y un leve temor se apoderaron de mí, y empecé a sentir que quizá estaba persiguiendo una ilusión… o una yinn que no desea ser vista dos veces.